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miércoles, 24 de agosto de 2022

"LA CATASTROFE DE LA DILIGENCIA EN EL BARRANCO BELLVER, CAMINO REAL ENTRE ORPESA Y BENICÀSSIM, EN UNA TETRICA TARDE-NOCHE TEMPESTUOSA, LA DEL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1850".

GENTES, COSTUMBRES, TRADICIONES, HISTORIAS, PATRIMONIOS Y PAISAJES DE LA PROVINCIA DE CASTELLÓN:

Por: JUAN E. PRADES BEL, "Crónicas", "Humanidades"(Proyecto: "ESPIGOLANT CULTURA": Taller de historia, memorias y patrimonios).

(Sinopsis): RECORDAR TAMBIÉN ES VIVIR…

(Temáticas): DATOS PARA LA HISTORIA DE OROPESA-ORPESA Y BENICÀSSIM.

"LA CATASTROFE DE UNA DILIGENCIA EN EL BARRANCO BELLVER, EN UNA TETRICA TARDE-NOCHE TEMPESTUOSA, LA DEL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1850".

Escribe: JUAN EMILIO PRADES BEL.

INTRODUCCIÓN: Este artículo, es un denso recopilatorio de memorias exponiendo documentos y textos originales del siglo XIX, sobre lo acaecido en un grave y mortal accidente de una diligencia repleta de pasajeros que fue denominado por la prensa nacional como "la catástrofe de Oropesa".

EXPOSICIÓN DOCUMENTAL:

(DOCUMENTO 1º, TEXTOS DEL AÑO 1850): Gaceta de Madrid: núm. 5919, de 27/09/1850, páginas 3 a 4. CATASTROFE DE OROPESA. Valencia 24 de Setiembre de 1850. Por fin se tienen ya noticias ciertas de las personas que fueron víctimas en la catástrofe de Oropesa, de que hemos dado extensos pormenores. Nuestro corresponsal de Castellón nos remite la siguiente hoja de la administración de diligencias de dicha ciudad, en que constan los nombres de aquellos desgraciados.

Administración de postas-generales de Castellón.= Relación de los viajeros que conducía el coche-correo que salió de Barcelona el 13, y que en la noche del 14 al 15 del actual sufrió la catástrofe ocurrida en el barranco denominado de Bellver, con arreglo á la que me da el Administrador de Barcelona.=Hoja 253.=día 13 de Setiembre de 1850.= Mayoral: Juan Cano (al día siguiente día 14 Juan Cano el mayoral de la diligencia fallecería en el accidente).

Nombres de los viajeros: Mr. Geo B. Maulé y su compañero, que subieron en Tarragona , y que según noticias son ingleses. El primero debe ser el francés que en la nota que acompañaba á la comunicación del 20 se dijo que se llamaba Mr. Callaigue, porque este era el nombre que contenía el billete de camino de hierro que se le encontró, y el segundo Mr. George Henry Richolson, según el pasaporte; D. Ramón Caselles; D. José Batlles, catedrático de Valencia, ó hermano de este; la señora del anterior (de José Batlles); D. Miguel Guerra, comerciante de quincalla de Valencia; D. Antonio Iglesias, comerciante de Valencia; Un hijo del anterior (de Antonio Iglesias); Andrés Puigcerver, teniente de ingenieros; José Serrador, zagal de Oropesa á Castellón y vecino de esta capital; Gregorio Franch, delantero de Vinaroz á Valencia, natural de Nules. Castellón 23 de Setiembre de 1850.= Felipe Ballester.

Falta D. Pedro Gusi, por la razón de que este debió subir en Reus ó en cualquiera otro punto de esta parte de Tarragona, en cuya ciudad se le expidió pasaporte, expresándose que era natural de Reus, de donde todavía no se ha recibido la hoja.

Si á todos los referidos se agregan los guardias civiles Pedro Ortega y Antonio Jimeno, queda completo el número de las 15 víctimas del barranco de Bellver.

— Para completar el cuadro de las noticias que he tenido ocasión de dirigir á V.V. relativas á la lamentable desgracia ocurrida la noche del 14 del actual en el barranco de Bellver al coche-correo de Cataluña que venía á esta ciudad, remito hoy la nota de los 10 pasajeros que aquel conducía, y que perecieron víctimas de tan inaudita catástrofe. He aquí, los nombres de estos desgraciados: D. José Batllés, médico, y su señora. D. Ramón Caselles. D. Miguel Guerra: este infeliz deja 10 hijos, según me han asegurado. D. Andrés Puigcerver, teniente del cuerpo de ingenieros. D. Antonio Iglesias y un hijo suyo. D. Pedro Gusí, natural de Reus, y vecino, y del comercio de Tarragona. Mr. Callaigue. Sir George Henry Richolson, caballero inglés. Además, han perecido, como dije á V.V., el mayoral, que se llamaba Juan Cano, el zagal, el postillón y los dos guardas civiles, cuyos nombres ya indiqué. Hasta la fecha del último parte, que es del 21, todavía no había arrojado el mar los cadáveres de tres de aquellos infelices, pudiendo asegurarse ser uno ellos el de D. Miguel Guerra, por no haberse encontrado ninguno del extraordinario peso de 11 arrobas que aquel tenía.

- Nuestro corresponsal de Castellón, al remitirnos la lista de las víctimas de Bellver, añade lo siguiente: En su número de 20 del actual, al hablar sobre mas pormenores de la catástrofe ocurrida la noche del 14 al 15 en el barranco de Bellver con los desgraciados pasajeros que venían en la diligencia-correo, se hace un elogio de este Sr. Gobernador, muy justo, añadiendo que á la vuelta estuvo para perecer con D. José Ballester y D. Fernando Prat, oficial de este Consejo provincial; y si bien es cierto que Prat fue con el Sr. Gobernador y se condujo con sumo valor y delicadeza, y contribuyó en cuanto pudo al pronto reconocimiento de los cadáveres y demás operaciones que se practicaron, no fue uno de los que corrió riesgo al inundarse la carretera, pues en aquel momento le había hecho el Jefe entrar en un carro por lo muy mojado que se hallaba, y mal caballo que montaba, y venia detrás á bastante distancia, y sí lo era el Comisario de montes de esta provincia D. José Daban y Tudó, que montó á caballo en el acto que supo la ocurrencia, y no abandonó al Sr. Gobernador, con el Sr. Consejero Ballestar, quien los libró de un peligro inminente, hasta el otro día que regresaron juntos á esta ciudad”. (Del Diario Mercantil).

(DOCUMENTO 2º, TEXTOS DEL AÑO 1850): Gaceta de Madrid: núm. 5919, de 27/09/1850, páginas 3 a 4. EL TEMPORAL. San Mateo 19 de Setiembre de 1850. En los días 15 y 16 del actual han caído en esta villa aguaceros sumamente fuertes: muchos años hacía que no se habían visto otros iguales. Parece que se han extendido á todos los pueblos de este partido, y aun á otros de considerable distancia, tanto hacia la parte de Cataluña como hacia la de Castellón. Después de una sequía espantosa, y que tiene reducido este país á la mayor miseria, hemos visto por fin renacer las fuentes, y han corrido con avenidas extraordinarias todos los ríos y barrancos. Con esto han podido los pueblos concebir la agradable esperanza de que el año próximo no sea tan triste como lo es el presente.

Cuéntense, sin embargo, desgracias ocurridas en varias poblaciones con motivo de las lluvias demasiadamente fuertes que en ellas cayeran. En esta villa ninguna tenemos que lamentar; pero en la de la Jana, inmediata á esta, ha caído un joven en la laguna que forman algunos de sus campos, y hasta ahora ni siquiera ha podido ser visto. Otros sucesos lamentables se cuentan de distintas poblaciones, aunque tal vez haya en lo que se refiera alguna exageración. El tiempo se ha despejado mucho y se presenta con el aspecto más bonancible. (Del Cid).

(DOCUMENTO 3º, RELATO, TEXTOS DEL AÑO 1859): Relato literario basado en gran parte en hechos reales ocurridos en la catástrofe de la diligencia-correo de Barcelona a Valencia sufrida a su paso por el cauce del barranco Bellver, esta recreación novelada de los hechos fue escrita y publicada por el periodista y estimado político de la Restauración Pío Gullón. (1) (Este artículo, destinado principalmente á referir el trágico acontecimiento que todos recuerdan en la provincia de Castellón, carece de originalidad absoluta; pero el lector adivinará fácilmente hasta qué punto tan solo hemos conservado la estricta verdad. El autor Pío Gullón, año 1859). Medio: "La América (Madrid. 1857). 8/2/1859.

CRÓNICA HÍSPANO-AMERICANA. "UN BESO EN LA AGONÍA" (1). 

"Era el día 14 de setiembre de 1850. Cerrada en lluvia, tempestuosa y ardiente todavía bajo su manto de agua, la tarde caía muy despacio como sí las delicadas luces del crepúsculo no quisieran ceder su privilegio de mostrarse en otoño ni ante la tempestad que rugía en las montañas, ni ante las nubes que se apiñaban violentamente para descargarse sobre las costas ó para volver en precipitada caída al seno del mar, su irritado padre.

La noche, precedida del trueno, acompañada de caprichosos y prolongados relámpagos, llegaba lentamente á cubrir de tinieblas las orillas accidentadas del Mediterráneo, entre la escarpada punta de Peñíscola y el elevado asiento de la que fue Sahagunto. Tal cual rebaño heterogéneo, perezoso en abandonar la colina, volvía mustio y apresurado a la inmediata villa, sin que osaran balar las ovejas cuya lana chorreaba, formando ya compactos mechones, ni se atrevieran las cabras á volver su inteligente cabeza hacia la ladera que dejaban por el establo.

Algún pájaro perdido en la enramada cruzaba temeroso por el aire, sin elevar su vuelo, tendiendo las alas en toda su anchura y lanzando en su fuga esos sonidos cortos y desiguales, que se parecen al suspiro más que al canto.  Las olas batían espumosas la altura de Benicasim, y una diligencia, abrumada sin duda por el exceso de carga. pugnaba por llegar al pie de la colina, desde cuya cima se divisaban, descollando entre frondoso arbolado, las torres escasas y desiguales de Castellón de la Plana.

Pero distaba aun el pesado carruaje largo trecho de aquella altura, y sus caballos, jadeantes y fatigados, luchaban ya débilmente con la lluvia y con el viento, que cortaban á cada paso el humo de sus miembros sudorosos.

Y seguía la noche cayendo; y seguía arreciando la tormenta. Hubo un momento de terrible desorden y de confusión infernal. Las nubes cubrieron de imprevista y densa oscuridad los caprichosos dibujos del terreno; el rumor sordo y majestuoso de las olas se unió por algún tiempo al estampido seco de los truenos, y mientras se abría el Mediterráneo para tragar las líquidas montañas que acababa de lanzar á los cielos, se dividió también el horizonte para descubrir un Océano de fuego que osciló durante minutos enteros con un brillo blanquecino y ofuscador. 

Pararon instintivamente los extenuados animales que arrastraban la diligencia. Dos hombres que caminaban á pie cerca de ella, se presentaron ante las portezuelas para demostrar a los viajeros la imposibilidad de seguir avanzando y a la luz ofensiva de los relámpagos, aparecieron distintas fisonomías y sonaron voces diversas, entrecortadas también por la lluvia, cuya violencia crecía por instantes. 

— La rueda se hunde hasta el cubo, y no hay medio de encender el farol, gritaba el mayoral calado ya hasta los huesos.

— Pues vamos adelante más despacio, exclamaba desde la rotonda algún egoísta animado por la comodidad y por el calor.

— Si, adelante, adelante, repetía en la ventanilla de otro departamento uno de esos tipos británicos cuya figura y cuyo acento jamás se parecerán á los de ningún otro ser. 

— ¿Y Vd., señora, que dice? preguntaba por fin el conductor abriendo la puerta de la berlina. 

— Lo que diga este caballero, respondía la interpelada señora, señalando á su único vecino indolentemente reclinado en el otro rincón.

— Lo que digan los demás, replicaba entonces el aludido compañero.

— Pues vamos andando y sea lo que Dios quiera, añadía cerrando el mayoral.

Poco después volvía á caminar la diligencia, azotada en todos sus costados por la lluvia y por el viento tempestuoso de las costas que chillaba en los cristales del coche y zumbaba en la falda de las colinas, mientras los truenos se alcanzaban en su carrera estrepitosa y fantástica.

Los últimos seres vivientes se habían retirado del campo. La noche había llegado sin crepúsculo tras de aquella cintura de nubes que el mar acababa de imponer á la tierra. Los relámpagos surcaban el cielo con el afán siempre vencido de dominar por completo la oscuridad.

La lluvia se precipitaba con furia creciente y formaba torrentes caudalosos que bajaban al mar despeñándose por laderas y barrancos.

Continuaba en tanto el coche subiendo, y los viajeros, ya pesarosos de su osadía, sacaban unas veces la cabeza por las ventanillas para mirar frente á frente aquella noche digna del diluvio, y tapaban otras con mantas y ropas los marcos de los cristales por donde comenzaba á entrar el agua. 

Un solo seno del carruaje permanecía indiferente á aquellos movimientos de curiosidad y de miedo. Era el departamento de más ventanas: era la berlina.

Ni el agua que entraba allí con más abundancia, ni los relámpagos desde allí más perceptibles, ni las oscilaciones del tiro en la completa noche del camino atrajeron una sola pregunta de los dos viajeros que ocupaban aquellos asientos; sepultada ella y como embutida en uno de los ángulos, acostado el, más bien que sentado, en el opuesto rincón.

Y era bien notable aquel silencio, porque en los movimientos supremos en que se rasga con el estrépito la armonía de la creación, en los instantes de lucha sañuda entre dos elementos, bastante á reproducir en el alma más orgullosa la miserable pequeñez del hombre, todo corazón enlazado á otro por un afecto, le busca para observar y adivinar con él si ambos están serenos, ó para cubrir su vista y esconderse como él si ambos están aterrorizados.

Y los dos viajeros que ocupaban la berlina, constaban en la hoja con un mismo nombre. Eran esposos.

Ella, no obstante, continuaba abismada en profundo silencio, conmovida quizás por el pánico que comenzaba á dominar naturalezas más fuertes qué la suya; y él estaba todavía en la misma actitud indiferente que había conservado todo el viaje.

De repente, en medio de aquella frialdad, en lo más profundo de aquel silencio glacial qué parecía el desvío razonado de la antipatía más bien qué el cansancio, nacido tras un largo cariño, cruzó los aires ante la vista de los dos esposos una línea de fuego vivísimo que se partió dos veces en el espacio y se clavó después en la tierra á poca distancia de la diligencia. Y en el mismo instante, durando aun el olor acre y repugnante que exhalara aquel fuego, latente aun en la pupila la herida causada por el brillo del rayo, rompió los cielos un trueno violento, cuyos choques secos y penetrantes semejaron repetirse en el confín del orbe, cuyo ruido siniestro conmovió toda la creación visible, cual sí las entrañas de la tierra se convirtieran en inmenso volcán, como si bajaran despeñados ejércitos enteros de titanes, como si Dios en la aterradora expresión de su cólera, quebrantará la bóveda celeste para lanzar otra vez de su corte á la legión de los ángeles malditos.

La mujer de la berlina, mujer al fin, saltó involuntariamente de su asiento, y trémula, pálida, desencajada, llegó á cobijarse entre los brazos de su esposo. Él hombre, indiferente hasta entonces, recibió con ternura respetuosa aquella efusión instintiva, descubrió á la luz de un relámpago el semblante oriental de la asustada esposa, y murmurando palabras de esperanza y de consuelo, abrió una ventanilla para buscar la tranquilidad que él mismo necesitaba.

Acababa la diligencia de llegar á lo alto de la Colina. La lluvia seguía precipitándose á torrentes, y bañaba el rostro  del curioso viajero, entrando copiosa en el carruaje. Los conductores se hallaban ya sentados en el pescante, afanándose en vano por conservar la dirección del tiro. Mas abajo, á la izquierda del coche, á ocho o diez varas de la carretera, se descubría una masa sin fin, cuyos movimientos gigantescos; podían percibirse cada vez que enseñaba el horizonte sus inflamados misterios, cuyo ruido prolongado y sonoro solo interrumpían de cuando en cuando los ecos del trueno.

Aquello era el abismo, el mar, la inmensidad.

A la izquierda, y al mismo nivel del Mediterráneo, corrían distintos torrentes, quebrándose aquí y allá en el fondo de un estrecho valle por donde se desliga un instante la carretera para volver después á la orilla del mar.

Comenzó á bajar la diligencia.

Pero aún no había caminado dos minutos por la cuesta surcada de arroyos, cuando el viajero de la berlina, cogiendo vigorosamente á uno de los que guiaban, exclamó con voz solemne:

—Alto, mayoral, vamos a precipitarnos en medio de ese torrente.

El hombre interpelado dio por toda contestación una carcajada de burla y de despecho. Luego entrego las riendas al que le hablaba, y volviendo la cabeza para que el viento no cortara su voz, dijo lentamente:

—Era necesario andar y vamos andando. Pare Vd.. Si, puede.

Y su risa envenenada tenía sobrada causa, pues se agotaron las fuerzas del viajero y ni un instante dejo de crecer por eso la rapidez violenta con que el coche seguía bajando.

Ya no había en aquella desgraciada caja de hombres fijeza, ni reglas, ni dirección. Era una masa impulsada en su descenso por el aire potente de la tempestad; fríos, húmedos, sepultados hasta las rodillas en el fango del camino, en vano resistían los caballos al empuje violento de la diligencia que rodaba con velocidad creciente, tocando a cada paso en los estrechos opuestos de la carretera, saltando como el juguete de un niño, entregada, en fin, á la sola ley de su peso.

Así, entre los gritos de los que llenaban los otros departamentos del carruaje, seres ya dominados por la ultima angustia del pavor, entre los tímidos quejidos de su esposa, cuyo corazón palpitaba pegado al suyo, concibió el hombre de la berlina un pensamiento. salvador, y comenzó a deslizarse por la ventanilla con riesgo evidente de parar entre los cascos de los arrastrados caballos.

Mas antes de que terminara su trabajosa salida, concluyó en un barranco la carrera fantástica del coche, y al ruido singular de los cascabeles y del frenético descenso, poco antes mezclado con la voz cavernosa del trueno, sucedió muy luego el sonido de mil improvisados ríos que bajaban al mar por el ancho precipicio, donde acababa de encallar la diligencia. El agua del cielo chocaba con el agua de la tierra: la oscuridad crecía; y cuando el intrépido joven llegó á verse, en la delantera, tocaba ya el torrente en sus rodillas y se precipitaba violentó en la berlina. Un impulso heroico le hizo a aquel hombre tender las manos dentro del carruaje, y cogiendo debajo de los brazos á la mujer que no babia tocado desde la noche de bodas, la sacó viva, aunque exánime al puesto que los conductores habían dejado por correr quizás en busca de la muerte. Luego treparon ambos enlazados á la cubierta del coche, impelidos por la fuerza suprema que se llama terror, y allí, libres del agua que subía poco á poco, demudados y chorreando desde los cabellos hasta los pies sobre el piso desigual que formaban los equipajes, respiraron y observaron.

El trueno seguía sonando; la lluvia caía con igual abundancia, el viento soplaba en todas direcciones, á la luz, ya debilitada de los relámpagos, se percibía claramente una corriente anchísima y desenfrenada, en medio de la cual, cubierta hasta las ventanas, seguía detenida la diligencia, y que, á diez pasos de los empapados jóvenes, en el término del barranco, se mezclaba ruidosa con las aguas del Mediterráneo.

Un instante callaron aquellos esposos para escuchar la voz de sus compañeros; pero solo algunos cascabeles enlazaban su sonido al rumor imponente de las aguas. Después echó él hacia atrás el pelo mojado que cubría su frente, y cogiendo á su mujer por la cintura, mirándola con tierno cariño, y suspendiendo algunas veces el curso de su voz severa para que pasara sobre sus cabellos el estampido de la tormenta, escucha le dijo entre la lluvia y el aire y los fulgores del rayo:

- Hace poco más de un año que nos unimos ante Dios y ante los hombres, inspirando á nuestros corazones una pasión enérgica y dominante, la pasión suprema de dos almas tan ardientes de dos naturalezas de tan intenso sentimiento como la que vive bajo tu rostro de sultana, y la que oculta mi encanecido cabello. Era la noche de nuestra boda una noche de primavera, empapada de aromas vestida con las tintas del cielo y de la luna, trascurrida entre flores y músicas a la orilla del Mediterráneo con el recuerdo de nuestro amor de ángeles y la esperanza de nuestro amor de hombres.

Han pasado desde entonces diez y ocho meses. Hoy te abrazo por segunda vez en la última noche del otoño porque mañana descansará el invierno sobre estas playas que ha refrescado la tempestad. Hoy, en lugar de perfumes, nos manda la atmósfera esta lluvia que ya nos ha calado; a los dulces colores del astro de la noche han suplido los toques fatídicos de los relámpagos; en vez de los ecos de las arpas que repetían melodías de Bellini, nos rodean desde hace una hora las armonías terribles de la tempestad; y el mismo Mediterráneo, á quién dimos sobre una barca el beso virginal de nuestro enlace, reclama, ya lo oyes, con oleadas inmensas, el ósculo de nuestro arrepentimiento. 

Entre aquella noche y esta noche esta pues, nuestra vida, y te debo una frase sobre esta vida que acaso no has comprendido que la mano glacial de la muerte, acaba de dibujar con caracteres de fuego, ante mi vista cansada, sobre el fondo oscurísimo del cuadro que nos rodea.

Oye con atención.

Tenía yo 25 años; había ya consumido ocho en estudiar sin descanso ni tregua, en cambiar mis cejas de mancebo por un nombre que halagara mi orgullo fogoso é insaciable. Los monumentos más atrevidos del arte de lodos los tiempos, los problemas más oscuros de la ciencia de todos los pueblos volaban desde mi mente ó desde mi sentimiento instintivo, pero ilustrado, á las inteligencias y á los corazones de cuantos vivían bajo el sol de mi patria. Era mi firma, ya lo recuerdas, el último sello en las soluciones científicas; el manantial misterioso

de las concepciones artísticas. Entonces le conocí a ti; el rastro de una gloria, la chispa encendida por el rayo de un genio. Te vi y te amé con la soberbia pasión de mí juventud de Claudio Frollo, con el ardor de mi adolescencia encerrada por mi omnipotente voluntad entre los folios de un libro.

Tú amaste mi nombre y mi orgullo como yo tu dignidad de hija de grandes y tu arte de mujer; y tras dos meses de  amor... infantil...

Un trueno espantoso interrumpió en este momento la voz del viajero.

-Tras dos meses de amor nos casamos. Dos días después de nuestra boda te vi preferir a mis cantos los versos de no sé quién. Pocas horas más tarde alabe yo más que tus países los lienzos de Rosa Bonheur. Y como a ninguno de nosotros bastaba el amor ni la ternura; como ambos pedíamos la adoración entusiasta, exclusiva, febril; como nada había en nuestro cariño de santo, ni de suave, ni de conyugal; como todo era soberbia, satánica vanidad, se acabó con la primera herida aquella pasión inmensa.

Calló el joven de la berlina y miró luego en torno suyo para descubrir la altura del agua.

En el mismo instante, como si fuera otra parte del mismo ser, siguió la mujer que le acompañaba el interrumpido relato, y dijo con voz más dulce, retirando también de su frente los cabellos de ébano que destilaban el agua de la tormenta hasta su blanquísimo seno:

—Al verte indiferente á mi belleza, al notar que mi alma ya no te deslumbraba, creció inmensamente mi delirio por tí. Tus pensamientos, tus palabras, tus escritos me inspiraban constante adoración. Hubiera cambiado mi vida por una frase de tus labios para mi presunción de bella y de artista.

-Esa frase la esperaba yo de ti, continuó el joven viajero; oía tus quejas como tú mis suspiros: estábamos solos en u mundo que los hombres no veían, y estábamos sin embargo separados. Esta noche nos une para siempre. Un año de pena profunda, de ese tormento del Talión, que los antiguos tuvieron por su crimen más elevado, va á refundirse en el nuevo juramento de nuestro enlace. Somos solos en la tierra; hagámosla vacilar bajo el peso de nuestro cariño; yo te adoro como á Dios adoran los ángeles.

-Tú serás para mí lodo lo creado.

—Fuera del alma la soberbia que nos humillaba; jura entre los relámpagos que pueblan el horizonte amarme desde hoy con la esencia sublime de tu amor primero y con todas las formas de nuestras dos fantasías.

-Juro adorarle como á mi Ser Supremo, desquitar en el porvenir ese año de por torturas que he dejado pasar por no extender la mano á la dicha; vivir con tierna modestia como la esclava griega en el hogar del César romano, como la enredadera entrelazada al altivo jazmín- Pero oye, escucha; ¿ Habrá ya días serenos para nosotros? ¿Tendré una hora de paz en que referirte este amor que abrasaba mi pecho?, ¡ No ves ese cerco de torrentes que nos envuelve en su furia!, ¡ No sientes estas nubes que nos arrastran y nos rodean cada vez más oscuras! .

— Nada temas, si me amas así; yo dominaré contigo la impotente saña de la tempestad, acércate, estréchame más, respondió aquel hombre original, vacilando sobre sus pies, que cambiaban de puesto ante las turbionadas repentinas y frenéticas, no ves tú también que baja el agua, y huye la tormenta?.

- Solo á ti busca mí vista; solo el fuego de tus ojos me interesa en el universo. Dime que no tiemble y no temblaré. - Si, basta paca salvarnos el poder de mi voluntad. Nuestro amor dominará la tierra y deslumbrará los fulgores del cielo. Ven, ven, abrígate en mi seno.

Y así, confundidos en el último frenesí de aquella soberbia infernal que ellos llamaban su arrepentimiento, quedaron los dos un instante abrazados, estrechando a la par que sus cuerpos el agua absorbida por sus ropas; de pie sobre la vaca del aislado y sumergido carruaje, mirando al cielo como para imponerle la admiración de aquel sacrílego amor, confiando en que muy pronto caminarían á pie firme por las inundadas orillas del torrente de pronto entre el fragor de la tormenta que se alejaba, llegó á sus oídos el ruido de una roca colosal que se abría paso por las gargantas laterales del lecho en que el coche había encallado; y detrás de las rocas vieron llegar, sin duda con esa vista del prójimo fin que Dios compasivo ha querido quitar á los que mueren en paz, vieron llegar con indómita violencia otro torrente que se unió al que les rodeaba para arrastrar hasta el mar rocas y diligencia ante el irresistible impulso de aquellas dos fuerzas colosales. Y apenas pudieron buscar con el terror de la muerte los labios apetecidos y antes olvidados; y solo se dieron en aquel momento supremo un beso rápido y convulsivo, un beso de agonía.

Dos horas después brillaba sobre las olas ya más tranquilas del Mediterráneo, la luna todavía embozada en nubecillas pardas y corredoras. De quince personas que encerraba la diligencia, de aquel amor infinito y eterno, de aquella trahílla de animales cuyos cascabeles sonaban todavía entre la furia del torrente , solo quedaba un caballo, que herido y maltratado, acababa de salir á la pequeña playa que se extiende cerca del barranco de Bellver. Pasaron días y años. Nunca llegaron á pedir un recuerdo los restos de tanto infeliz. Hoy todavía enseñan en Benicasin el sitio que señalan las conjeturas como escena de aquella catástrofe. No hay allí una losa que eternice el castigo de la inolvidable noche; que hable de la osadía de unos y del amor delirante de los otros. Pero las almas creyentes pueden leer en caracteres indelebles, escritos por el dedo de Dios en los aires, sobre las olas azuladas de aquel mar que besa á Athenas y á Stambul: Et omnia vanitas". Pío Gullón. La América (Madrid. 1857). 8/2/1859.

AUTORES CITADOS EN EL RELATO "UN BESO EN LA AGONÍA" DEL PERIODISTA PÍO GULLÓN AUTOR DE ESTA RECREACIÓN NARRATIVA HISTÓRICA DEL AÑO 1859, BASADA EN UN AMBIENTE NOVELESCO DE HECHOS REALES, BASADO EN "LA CATASTROFE DEL BARRANCO BELLVER", LUGAR QUE CONOCIA MUY BIEN D. PÍO GULLÓN QUE PASO POR EL LUGAR EN MULTIPLES OCASIONES DURANTE SUS VIAJES:

CLAUDIO FROLLO: Claude Frollo es un personaje ficticio de la novela de Victor Hugo, “Nuestra Señora de París” (El Jorobado de Notre Dame, 1831).

ROSA BONHEUR: los lienzos de Rosa Bonheur_ Marie-Rosalie Bonheur, más conocida como Rosa Bonheur (Burdeos, 16 de marzo de 1822-Thomery, 25 de mayo de 1899), fue una artista francesa, fundamentalmente pintora que se especializó en la representación de animales y también escultora, de estilo realista. Fue ampliamente considerada una de las artistas mujeres más famosas del siglo XIX. Una de sus obras más famosas es Arando en el Nivernais.

BIOGRAFÍA DE PÍO GULLÓN. (Real Academia de la Historia). Gullón Iglesias, Pío. Astorga (León), 1835 – Madrid, 22.XII.1917. Político de la Restauración y periodista. Hijo de Antonio Gullón, alcalde constitucional de Astorga, se educó en París, bajo la tutela de un tío suyo emigrado, Bernardo Iglesias, que fue posteriormente director de La Iberia. Militó desde su juventud en el Partido Progresista, haciéndose notar sobre todo por sus colaboraciones periodísticas en medios de esa tendencia como La Nación, Las Novedades, El Día y La Revista Española, de la que fue fundador. Sus crónicas políticas en esta última publicación resultaron verdaderamente influyentes. Fue director de El Porvenir (álbum científico y literario) y de los periódicos económicos El Siglo Industrial y La Unión Mercantil. Durante muchos años llevó la corresponsalía de Le Journal de Génève. Se llegó a decir de él que “debe a la prensa todo lo que es y el elevado puesto que ocupa”.

En el proceso de división del progresismo, planteado en el otoño de 1871, se decantó de forma inequívoca al lado de Sagasta, siendo el redactor del manifiesto en el que los parlamentarios adictos al político riojano exponían su programa. Una vez consumada la división, le ayudaría eficazmente en la creación del Partido Constitucional, de cuyo comité directivo fue primer secretario. En 1874 fue nombrado por dos veces subsecretario de Estado, un ministerio al que retornaría asiduamente en la última parte de su carrera.

Su instalación permanente en la elite política se produjo durante la Restauración, en la que salió elegido repetidas veces por el distrito de Astorga, hasta que, en 1886 fue nombrado senador vitalicio. En su distrito contó con órganos periodísticos propios, como El Maragato y La Verdad. De esa etapa data también su nombramiento como consejero de Estado en 1881, vicepresidente del Congreso en la legislatura de 1881-1883 y ministro de Gobernación e interino de Fomento en 1883. Ubicado en la derecha fusionista, con motivo de la crisis gubernamental de 1886 tras el indulto al general Villacampa, participó en el intento fallido del marqués de la Vega de Armijo de crear un tercer partido entre conservadores y liberales.

Desempeñó también responsabilidades relevantes en el plano financiero, ocupando el puesto de censor de la administración del Banco Hipotecario, una entidad que más tarde presidiría entre 1877 y 1892, para pasar, ese mismo año, al Banco de España, en calidad de gobernador, puesto al que retornó en 1901.

Tuvo también vinculaciones familiares, a través de su hermano Anacleto, con empresas ferroviarias.

En 1897 fue nombrado ministro de Estado, cargo en el que repitió dos veces más, en 1905 y 1906. En su primera experiencia hubo de afrontar las interferencias de Moret en la política colonial, que implicaban concesiones a Estados Unidos y el apoyo al autonomismo.

Se daba la circunstancia, además, de que su propio hijo, el también parlamentario Eduardo Gullón Dabán, era el portavoz más activo del españolismo portorriqueño.

Volvería a la cartera de Estado en noviembre de 1905, sustituyendo a Sánchez Román, por estimársele más idóneo para acompañar al Monarca en su viaje a los imperios centrales. Y al año siguiente, en julio de 1906, retornó a dicho puesto, en el Gobierno presidido por el general López Domínguez. La división del Gabinete por el proyecto de ley de asociaciones, asunto en el que tuvo un papel prominente, como interlocutor del Vaticano, y las tensiones que existían en torno a la jefatura del liberalismo, le hicieron acariciar en esta coyuntura esperanzas de dirigir el partido con el apoyo de los monteristas. En 1907 fue uno de los fundadores del Partido Demócrata-Monárquico, acaudillado por Canalejas y López Domínguez.

Presidió, asimismo, el Consejo de Estado durante tres años.

Al hacerse patente, en 1913, la disidencia monterista en relación con el proyecto de mancomunidades que patrocinaba Romanones, dimitió de su puesto de consejero de Estado. Gullón, junto con su paisano García Prieto, estuvo en condiciones de aportar a dicha disidencia, rotulada como “demócrata”, una pequeña cohorte de diputados trabada por lazos familiares y clientelares que sería conocida como “la murga astorgana”.

OBRAS DE PÍO GULLÓN: La fusión ibérica, Madrid, Imprenta de Gabriel Alhambra, 1861; De la ignorancia en España, Madrid, Imprenta de Los Conocimientos Útiles, 1868; El vapor y su siglo: cartas familiares dirigidas a una señorita, Madrid, Sáenz de Jubera Hermanos, 1897; Discursos leídos ante la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en la recepción pública del Excmo. Sr. D. Pío Gullón Iglesias, Madrid, Jaime Ratés, 1905.

Fuentes y bibl.: Archivo del Congreso de los Diputados, Serie documentación electoral, 65 n.º 12, 70 n.º 4, 90 n.º 12, 95 n.º 11 y 101 n.º 8; Archivo del Senado, exps. personales, HIS-0214-02. M. Rodríguez Díez, Historia de la muy noble, leal y benemérita ciudad de Astorga [Astorga], 1873; A. M. Segovia, Figuras y figurones. Biografías de los hombres que más figuran actualmente en España, t. II, Madrid, Astort Hermanos, 1882, págs. 26-41; M. Ovilo y Otero, Escenas contemporáneas, Madrid, 1882; M. Sánchez Ortiz y F. Berástegui, Las primeras Cámaras de la Regencia. Datos electorales, estadísticos y biográficos, Madrid, Imprenta de Enrique Rubiños, 1886; M. Ossorio y Bernard, Ensayo de un catálogo de periodistas españoles del siglo XIX, Madrid, Imprenta y Litografía de J. Palacios, 1903; M. Sánchez de los Santos, Las Cortes españolas. Las de 1910, Madrid, Tipografía de A. Marzo, 1910; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, t. 27, Barcelona, Hijos de J. Espasa, 1925, pág. 317; D. Mateo del Peral, “Aproximación a un estudio sociológico de las autoridades económicas en España”, en R. Anes Álvarez et al., La banca española en la Restauración, I. Política y finanzas, Madrid, Banco de España, 1974, págs. 15-106; J. Andrés Gallego, La política religiosa en España, 1889-1913, Madrid, Editora Nacional, 1975; C. Lucas del Ser, “Esteban Morán y el republicanismo histórico en León”, en Tierras de León, 72 (1988); W. Álvarez Oblanca y S. Serrano (coords.), Crónica contemporánea de León, León, Crónica 16 de León, 1990; C. Seco Serrano, La España de Alfonso XIII: el Estado y la Política, I. De los comienzos del reinado a los problemas de posguerra (1902-1922), introd. de J. M.ª Jover Zamora, en J. M.ª Jover (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXXVIII, Madrid, Espasa Calpe, 1995; P. Carasa (dir.), Elites castellanas de la Restauración, Salamanca, Junta de Castilla y León-Caja Salamanca y Soria, 1997, 2 vols.; J. M. Cuenca Toribio y S. Gallego Miranda, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Actas, 1998; J. Moreno Luzón, Romanones. Caciquismo y política liberal, Madrid, Alianza, 1998; F. Carantoña Álvarez (coord.), La Historia de León, IV. Época contemporánea, León, Universidad, 2000; C. Ferrera, La frontera democrática del liberalismo: Segismundo Moret (1838-1913), Madrid, Biblioteca Nueva-Universidad Autónoma, 2002.

D. Rafael Serrano García es el autor de la biografía de D. Pío Gullón.

BIBLIOGRAFIA, WEBGRAFÍA Y FUENTES DOCUMENTALES:

ARCHIVO FOTO-IMAGEN:

D. Pío Gullón, Real Academia de la Historia.

"Venta de Benecasi", 1824, "Vistas en España", de Edward Hawke Locker.